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Cuento Erotico...confesiones..

Cuento Erotico...confesiones..

              

                                                    EL PUNTO R V Aprovechando la facultad que tengo, logro que una de las hermanas me confiese sus vidas íntimas y también que me nombren socio de sus negocios, de los cuales por cierto, pienso sacar provecho.

Yo sigo mosqueado con las hermanas Mayte y Malena, no puedo evitar la sensación de que saben demasiado sobre mí y mi familia; por lo tanto, me parece que ahora les toca a ellas. A ver de qué pie cojean. A pesar de que siempre todo el mundo piensa en las hermanas cotillas como en una pareja formada por dos iguales, aquellos que tenemos trato personal con ellas sabemos que son distintas y no sólo físicamente. Mayte, la mayor, es rubia, bastante alta, delgada, más simpática y con mejor carácter que Malena, que sólo tiene un año menos, de pelo castaño oscuro, regordeta, y verdadero cerebro gris del emporio de tiendas que poseen en el pueblo. Ya han pasado de los sesenta años, son viudas desde hace más de quince (menudo cachondeo ha habido siempre en el pueblo con esto, dado que ambas enviudaron el mismo mes del mismo año), sin hijos y nadie les ha conocido desde entonces novio o amante. Empiezo a dejarme ver por las tardes por su floristería y consigo que en un momento en el que se queda sola Malena caiga en mi poder suficiente tiempo como para programar un encuentro a solas dos días después en Huesca.

Estamos Malena y yo en una sala de nuestra casa de la capital. Durante el viaje en coche ha caído sin problema alguno en mis redes y mientras tomamos una copa (ella se precia de no tomar, nunca toma alcohol) consigo que me cuente todos los cotilleos y secretos que su hermana y ella conocen y manejan. Ya quisiera la prensa del corazón: de todo el pueblo saben algo y en todo se meten y, lo que me parece peor, obtienen beneficio económico en gran número de ocasiones. Ya me he enterado que mi madre siempre ha estado colada por José, marido de Iguácel y director de una sucursal bancaria y que Iguácel, la alcaldesa, y Roger, arquitecto municipal, son amantes desde hace años. Mi hermana pequeña, Cecilia, es lesbiana, tiene una novia en la capital y de vez en cuando tiene encuentros con Luisa Pina; Elvira, mi hermana mediana, no parece tener ni novio ni rolletes y, lo que jamás pensé ni podía suponer: en las cercanías del pueblo hay una finca en dónde se pueden alquilar caballos, motos, todo terrenos, quads; al menos en teoría, porque su principal actividad es la de servir de tapadera a una especie de supermercado del sexo en donde se puede obtener por encargo cualquier cosa que sexualmente apetezca y se pueda pagar. Mayte y Malena visitan este lugar para satisfacer sus deseos sexuales. Su amiga Blanca es la dueña. Vaya, vaya.

                                            

Digo yo que ya puestos a contar cosas, Malena, guapa, ¿cuáles son esos gustos? Pues resulta que la hermana mayor es una bollera cachondona que se muere de ganas por lamer coñitos jóvenes que también le permitan disfrutar de una auténtica lluvia dorada que le moje la cabeza y las tetas. Y Malena es a amarillo chillón. No está mal; no es una jovencita, pero lleva bien sus sesenta años: pelo corto oscuro, bajita, barrigona, tetas caidonas que desbordan el sujetador, una cuidada y rizada mata de vello oscuro en el pubis, piernas gruesas y un culazo redondo totalmente obsceno que queda muy excitante con el tanguita de encaje amarillo que nada le tapa. Me acerco y le arranco el sujetador de un tirón dejando a la vista dos grandes botijas de pezones tiesos y areolas muy grandes. Sin encomendarme ni a dios ni al diablo le suelto dos bofetadas, fuertes y sonoras; mi polla da un brinco cuando en lugar de una queja oigo: gracias; por favor, sigue y azótame, eso me va a excitar mucho. Dicho y hecho: con el cinturón le pego no menos de una docena de azotes fuertes en la espalda, el culo y las piernas. Como me resulta bajita, le pido que se suba a un sillón, que levante los brazos y me centro en azotar las tetas de Malena mientras la insulto a voz en grito: golfa, pajera, come pollas, perra, puta,&. Al quinto o sexto cintarazo mi rabo parece el mango de una pala. No le pego muy fuerte, pero el sonido de los azotes y las tenues marcas rojizas en la piel de esas tetas grandes, caídas y llenas como melones, me excitan como si nunca hubiese follado hasta entonces. Vamos puta, ¿a qué esperas?, mi polla quiere marcha; túmbate en el sofá, abre las piernas y vamos a follar que voy como una moto. Es fabuloso meterla en un coño suave, caliente, mojado, mientras te van diciendo con voz ronca, suplicante, agitada y entrecortada: sigue, no pares, por favor; me gusta mucho, sigue, sigue.
Está claro qu


e Malena es de fácil orgasmo. El mete saca la lleva a correrse varias veces en pocos minutos con un estruendo importante, sollozos y grititos histéricos incluidos. A punto de eyacular la saco de su chocho y termino sobre su cara y cabello, todo bien salpicado por mi lechada. ¡Qué corrida más guapa! Me ha gustado follar con Malena. Camino de vuelta a Jaca nadie diría al verla dormitar en el coche que se ha corrido como una loca y que ha implorado mis azotes y bofetadas. No se me va a olvidar volver a estar con ella, no señor.

Ha sido muy comentado en el pueblo el que las hermanas Mayte y Malena Maristán hayan decidido hacerme socio de todos sus negocios. Todos mis conocidos y familiares me han felicitado, en especial José, el director de la agencia bancaria en donde hemos realizado todo el proceso. Como para su banco es una operación rentable, días más tarde de la firma de los contratos me invita a comer en el mejor y más caro restaurante de Huesca. Es un hombre agradable, educado, culto; siempre con un puntito de tristeza o melancolía. Tras los postres, en un reservado y ante unas copas decido sondear su situación matrimonial. Me resulta fácil controlarle mentalmente e inmediatamente empieza a hablar: Iguácel y yo llevamos muchos años casados y, desde luego, no me puedo quejar en ningún sentido, aunque su dedicación a la política y mi trabajo en el banco nos deja poco tiempo para estar juntos. Además, sexualmente ya no nos entendemos como antes; me gustan las mujeres, pero de vez en cuando necesito comerme una polla. Tú me gustas desde que te conozco, espero no ofenderte si te pido que me dejes hacerte una mamada. Ante tal ofrecimiento no se puede decir no sin ser desconsiderado. José ha echado la cortina que cierra el reservado, se pone en cuclillas ante mí y tras bajarme pantalón y slip empieza a acariciarme el rabo con su ancha lengua. Lo hace muy bien, con maestría, de manera que rápidamente la erección es propia de las grandes ocasiones. Ya va mucho más deprisa, ayudándose de la mano en la parte baja de mi tronco y apretando suavemente los testículos. Me corro echando media docena de lechazos dentro de su boca, traga to R con la mano izquierda e, inmediatamente, consigo que empiece a contarme su vida sexual: “siempre he sido una mujer caliente; tu padre y yo hacíamos el amor casi a diario y su muerte me supuso cortar con el sexo durante mucho tiempo. Ni siquiera me masturbaba porque tenía la idea de que iba a ser peor. A los cinco o seis años de enviudar empezó a venir por el hotel un viajante de piensos compuestos que se dio cuenta rápidamente de mi necesidad de sexo. Le rechacé durante semanas, pero una noche no pude más y durante seis días no salimos de la habitación. ¡Qué polvazos me echaba el tío! Después de unos meses le prohibí venir por el hotel y nunca más he sabido nada de él. Despertó en mí unas ganas que creía perdidas y desde entonces, me he acostado con todos los hombres que me han gustado. He intentado ser discreta y aquí en el pueblo he procurado no tener ningún asunto, pero si las camas de la casa de Huesca hablaran tendrían mucho que contar. José, el del banco, siempre me ha gustado mucho, pero Roberto, el portugués, ha sabido darme gusto como ningún otro. Hace semanas que no quiere nada conmigo y me masturbo todas las noches para que se me pase el calentón. ¡Cómo echo de menos mamar ese tremendo pollón!”. Colorado me puse tras oír la última frase, aunque después de ver a mi madre en acción ya nada me va a asustar. Bueno, sólo me asustan las ganas que tengo de follarme a Quiteria. Le ordeno que vaya a masturbarse a su dormitorio y, por supuesto, olvide que ha estado hablando conmigo. Estoy muy cachondo, pero no me atrevo aún a dar el paso de follar con mi madre.

                                              

Estoy pensando muy seriamente en cascarme una paja cuando recibo un mensaje de Luisa Pina que me alegra un montón: “Qué tal estás, Ángel; acabo de llegar de Marsella, de casa de mis suegros y como me he aburrido bastante estoy pensando en organizar una cena en casa para los habituales de los viernes y algunos más que se me ocurran. Ya sabes que estás formalmente invitado; ni se te ocurra faltar porque te mato. Besos y placer”. Ahora sí que me la meneo pensando en el cuerpazo de Luisa y me corro mezclando imágenes de ella y de mi madre.

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